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Allah Todopoderoso envió a los hombres un mensajero para invitarles al monoteísmo. El delegó este misionario en la península árabe que era, sin exageración, un fogón de miseria, tiranía, corrupción, crueldad y maldad. Este enviado llamó a los hombres a hacer el bien, a consolidar las relaciones sociales, a observar la justicia, la verdad y a sublevarse prontamente contra los opresores.
Al comienzo, el Profeta, consciente del atraso de su medio, no divulgó su misión más que a aquellos que estaban preparados para entender la buena palabra; así, no tuvo al principio, más que un número restringido de adeptos de los cuales los primeros fueron —según los escritos relatados—, su primo hermano ‘Alí, el primer musulmán, y su mujer Jadiya, la primera musulmana. Después de un tiempo, recibió la orden de invitar a sus allegados a convertirse a la fe Divina. Siguiendo el mandamiento de Dios, invitó a su casa a sus familiares y vecinos (aproximadamente una cuarentena de personas) y les anunció la misión que el Señor le había encargado. Muy pronto, extendió su llamada e invitó al pueblo a seguir la fe musulmana; así llevó el estandarte de la Mensaje Divino afuera de su casa, con el fin de alumbrar el universo. La reacción de los árabes, sobre todo de aquellos que habitaban La Meca, fue hostil; los infieles e impíos rechazaron violentamente esta invitación llena de buena voluntad. Se acusó a Muhammad de brujo; Se le trató de rabino, de loco, de poeta; Se rieron de él, despreciando su persona y su mensaje. Cuando llamó a la gente a seguir su nueva doctrina o cuando rezaba, sus adversarios sembraban el conflicto y el desorden; llegaban incluso a arrojarle basura, espinos, maleza, piedras, cuando no le golpeaban. A veces, intentaban corromperlo prometiéndole montes y maravillas, creyendo que así lo harían desviar de su objetivo sagrado. Pero todas estas tentativas resultaron vanas; el Profeta permanecía inquebrantable, aunque entristecido por la ignorancia y testarudez de su nación. Es más, en muchos versículos coránicos, Dios trata de consolarle, recomendándole la paciencia, mientras en otros, Le ordena no tener en cuenta los propósitos de esta gente.
Aquellos que siguieron al Profeta fueron objeto de múltiples ataques y torturas; Algunos, también perecieron bajo las manos de la infidelidad. A veces, la presión resultaba tan intolerable que los partidarios pedían a su guía autorización para sublevarse contra los opresores con el fin de terminar más rápido con los duros sufrimientos; pero el Profeta les decía: «Todavía no he recibido la orden del Señor Todopoderoso; debemos ser pacientes.» Algunos no pudieron soportar tantos males, y recogiendo sus equipajes dejaron su patria. Muy pronto, la situación se puso tan crítica para los Musulmanes, que el Profeta les autorizó a exilarse en Etiopía a fin de resguardarse de las persecuciones de sus compatriotas. Un primer grupo, con Ya‘far Ibn Abu Talib (hermano del Emir de los creyentes y uno de los compañeros preferidos del Profeta) a la cabeza, tomó el camino hacia Etiopía. Cuando los infieles de La Meca conocieron el exilio de los Musulmanes, delegaron dos representantes cargados de regalos para el rey de Etiopía a quien le pedirían la extradición de los exilados. Sin embargo, Ya‘far Ibn Abu Talib llegó a convencer al rey, a los sacerdotes cristianos y a las autoridades del país con un discurso elocuente, donde les habló de la personalidad luminosa del Profeta, de los preceptos del Islam y les recitó los versículos del sura “Mariam”(María). Los propósitos de Ya‘far llegaron tan profundamente a los asistentes, que las lágrimas brotaron de sus ojos. El rey de Etiopía rechazó extraditar a los refugiados, devolvió a los delegados de La Meca sus regalos y dio la orden de albergar a los Musulmanes.
Tras este revés, los infieles de La Meca pactaron romper relaciones en todos los niveles con los Banu-Hashim, parientes o partidarios de Muhammad. Tras haber hecho firmar este pacto a los habitantes, los enemigos del Profeta lo depositaron dentro de la Ka‘aba. Los Banu-Hashim, que acompañaban a Muhammad, se vieron obligados a abandonar junto a los suyos La Meca para refugiarse en señal de protesta en un valle conocido como el desfiladero de Abi Taleb. Allí, vencieron las condiciones más difíciles, sin atreverse a dejar el desfiladero, soportaron el calor y los lamentos de sus mujeres e hijos.
Es en esta época cuando dos grandes desgracias afectan al Profeta y a su comunidad: Abu Talib, el único protector de Muhammad y Jadiya, su dulce esposa, mueren (620 d.C.). Con la desaparición de sus dos fuertes apoyos, la existencia del Profeta va a resultar difícil; no se atreve a mostrarse en público por miedo a ser atacado por sus enemigos que le amenazan.
Fuente: IRIB